Por Iván Mora Manzano
Empiezo a escribir esto 10 minutos después de
recibir la noticia de la muerte de mi querido tío Jorge Manzano Vela, lunes 30
de marzo, no soy capaz de procesar noticias tan tristes, los que vivimos en la
narrativa no sabemos realmente vivir, por eso nos sentamos a escribir y contamos algo.
La nostalgia -especialmente en estos casos- no
es como se romantiza, no llega “de a poco”, es el viento que abre la ventana de golpe. El primer recuerdo que aparece -justo
ahora- fue cuando mi tío nos llevaba en "masa" (a sus hijos -todavía 3, luego llegaría Andrés-, a mis hermanos y a mí) al cine. Eso: cargando 6 niños, paseo por
el Policentro (o sería era el Gran Pasaje), canguil y cola para todos, subidón de azúcar, energía y doble
función (“Duro de matar” "3 hombres y un bebé" era la cartelera de la época). De nuestra parte diversión total que
significa caos! Caos en el viaje, caos en el cine, caos en el regreso. De su parte: paciencia
por supuesto.
Una época vivíamos en la casa grande de Hurtado
y Tungurahua las dos familias en el centro de Guayaquil, en dos departamentos
separados a los que unía un salón de entrada y una escalera. También vivían en
otro departamento mi tía Elina, los tíos Vela, en otro las primas Vela, estaba el cuarto de mi abuela, también
funcionaba un conservatorio, una oficina y una escuela. Con mis hermanos éramos
unos invasores permanentes de su casa y de su oficina. En la oficina nos pedían
que no juguemos mucho al juego de las olimpiadas, que era uno de los vicios cuando
ya cerraban, porque se dañaban los teclados de las computadoras. Los fines de
semana a veces dejaban abiertas las puertas de la escuela y me acuerdo haber
hecho con mi hermano Alfredo y con mi prima Saskia, una nave espacial hecha de
15 sillas y 4 mesas. A mi hermana Norka, y mis primos Katia y
Jorgito -es decir los más chiquitos- los hacíamos esperar y sólo mirar (el bullying
era permitido en esa época). Nos tomó toda la tarde, y justo cuando íbamos a “jugar”
sólo alcanzamos unos 15 minutos de vuelos espaciales y ya nos llamaron a comer.
Ese "esquema" de preparación vs. diversión tal vez se parece a hacer cine, pero eso sería otro post.
Mi tío era un científico, eso a veces se dice
con ligereza, pero en este caso era verdad. Alguna vez le pedimos asesorías
para construcciones de amigos y sólo con ver la estructura daba el veredicto: Esto aguanta,
esto no, esto se va a caer. Luego calculaba para estar seguro (que es lo que
hace la gente responsable) pero sólo con mirarlo automáticamente ya lo sabía. No sólo era
uno de los calculistas más respetados de Guayaquil, sino que tiene algunas inventos
y patentes en su haber: aleaciones, modelos prefabricados, cosas que yo no entiendo. Lo que
si entendí gracias a él fue la teoría de la relatividad (la de Einstein). Mi
mamá me decía: pídele a tu tío que te la explique (la teoría), le encanta
explicarla. Y era verdad. Le encantaba y la explicaba como un profesor -que era-
pero con una emoción de niño y en palabras sencillas.
Esta violencia nostálgica es randómica: Luego
me aparece una de las últimas veces que lo vi, esta es hace poco: Él estaba de paso por
Quito y en una sobremesa de noche en la casa de mis papás se puso a recitar una
mezcla de dichos, poemas divertidos, sonetos lúdicos. Unos pocos yo ya los
había escuchado y muchos se los sabían mis primos supongo a fuerza de
repetición. Ese es el tipo de persona que era mi tío: un señor sabio y
tranquilo que en las sobremesas se pone a recitar poemas divertidos.
Sus historias de juventud son de las mejores
que tengo en la mitología familiar: Una es como llegaba las noches perseguido por
la policía y se saltaba el muro con las sirenas sonando afuera porque sin orden
la policía en esa época no podía entrar a tu casa. Esta historia yo la escuché
en la casa de Hurtado y me imaginaba cuando iba a saltar yo mismo el muro
perseguido por la policía… nunca me pasó. Otra de sus historias era que viajando en su carro, ya más grande, con toda su familia se quedó dañado justo cruzando
transversalmente en medio de una carretera de alta velocidad y se bajó y por la
adrenalina lo empujó solo. Tampoco me ha pasado algo parecido. Tal vez él era
lo que se dice “un hombre de verdad”, algo que tal vez yo nunca he sido
(risas).
Lo que sí trato de contarle a cada niño que
conozco es este juego de palabras que nos hacía de niños. Él empieza
preguntando y todos los niños responden. Va más o menos así:
-
¿Quién sabe cómo es la caca de la vaca?
Alguno de nosotros respondemos, con la forma: -
una plasta, como un pastel.
-
¿Y la caca del Caballo?
Lo mismo, niños responden ad libs de: bolita.
Todos tratamos de “ganar”
Así, va preguntando sobre la caca de todos los
animales conocidos y alguno desconocido: La paloma, la llama, el perro el gato.
Y más o menos vamos acertando a todas. Pero de pronto la última pregunta tomaba
un giro radical, que podría ser cualquiera de estas opciones -por ejemplo-:
-
¿Cómo es la anécdota de Heráclito del río?
-
¿Y la teoría del eterno retorno de Nietzsche?
-
¿La caverna de Platón a qué se refiere?
Por supuesto, todos niños, nos quedamos mirando
entre nosotros sin tener idea de cómo explicar ninguna de esas ideas (que
cambiaban para que no nos aprendamos de memoria la respuesta).
Y a eso, mi tío
replicaba, con la enseñanza real que contenía la anécdota:
- “Si viste… sabes un montón
sobre cualquier mierda, pero no sabes nada de filosofía.” (Risas.)
Mi tío era ese tipo de personas a quien le
daban la palabra para despedir a un familiar querido. Cuando murió mi abuela,
él dijo las palabras que Carmen siempre decía sobre ella misma: “Carmen Vela de
Manzano, nunca muere”. Y luego se acercó a aplaudir su féretro y toda la sala
de velación lo siguió y se acercó a aplaudir el féretro. Eso está registrado
caseramente en mi película: La Bisabuela tiene Alzheimer. Cuando murió mi tía
Elina me arrepentí no haber llevado una cámara. Tomó la palabra justo antes de
que la depositen en la tumba y dijo con una magnificencia teatral -y espero no
equivocarme en la precisión de la cita-:
“Los hermanos Manzano somos cinco como un puño, y hoy nos han cercenado
un dedo. Un dedo por el que hoy sangramos, un puño que hoy no se puede cerrar,
(…) pero somos fuertes, somos unidos …y nos levantaremos”. Todos lo aplaudimos.
Esta era del virus nos enseña no sólo a vivir
de otra manera sino a morir de otra manera. Necesitamos rituales nuevos para
compartir el dolor en nuestras cuarentenas. Estoy terminando de escribir esto
el sábado 4 de abril por la tarde, después de 5 días finalmente van a poder enterrar a mi tío
en Guayaquil. Hacemos una videollamada familiar que nos permite vernos por un momento mientras nos transmiten una señal intermitente desde el cementerio. No quiero convertir este
pequeño homenaje en algo muy circunstancial o político, especialmente para no
mezclar el nombre de mi tío con el de tanta miseria en el poder que no ha
hecho nada por dar un mínimo de decencia a este momento histórico.
Pero después de tantos trámites inhumanos por los que han pasado mis primos
para llevar este proceso es imposible separar las partes del todo: lo personal
es también político. Mi tío era muy político de hecho, de un socialismo sincero.
Ahora que Guayaquil está en una crisis tan grande y que la respuesta más banal
es el regionalismo (que por cierto es un invento de la clase alta para dividir
al país) pienso en ¿Qué es ser guayaquileño? Y yo que vengo de allí sé que no
es nada de lo que el cliché canta. Los guayaquileños no tienen por qué ser ni ruidosos,
ni sapos, ni vagos, ni maderas de guerrero, ni ladrón mariguanero, ni prepotentes,
ni ignorantes, ni estar condenados de ninguna manera al síndrome de Estocolmo
que ha estancado a esa ciudad más de 28 años (¿o desde 1984?, ¿o desde 1962, o
desde 1951?, bueno, eso es material de otro post).
Los guayaquileños pueden ser también (y sólo
una persona lo demuestra hoy): unos sabios inventores, maestros universitarios, ingenieros que
pueden hacer cálculos difíciles con sus ojos, personas que también encuentran
una fuerza insospechada para salvar a su familia en la carretera, que llevan a seis
niños al cine, que saltan un muro, que te explican la teoría de la relatividad,
que toman la palabra para conmovernos ante la muerte, que recitan poemas
divertidos con sus voces graves, y que te enseñan desde niño a buscar la filosofía
para no hablar tanta mierda.
Hoy tal vez estamos cercenados… ¡Pero nos
levantaremos tío!
Jorge Manzano Vela ¡Nunca muere!
pd. Aquí el link de mi pelílcula La Bisabuela Tiene Alzheimer, del minuto 40 a 44 está la escena de mi tío en en funeral de mi abuela:
https://vimeo.com/402334798