lunes, 5 de septiembre de 2016

Las ratas podridas vs. Los perros de chocolate.


¿Qué es ser adulto? Soy demasiado joven para sentirme viejo, pero también demasiado viejo para llamarme joven. ¿Es eso? ¿Es algo que nos pasa? ¿Es algo que se pierde? o... ¿Es algo que se acepta? Y entonces ¿Qué sería aceptarse adulto?. Antes me caían bien los “eternos adolescentes”, me sentía uno de ellos. Ahora no sólo que no me siento parte sino que me parecen ridículos. Pero por otra parte, a pesar de que mi cáscara envejezca, sé que por dentro tengo a un man de 19 años atrapado, ese que escribía cartas hacia mi yo futuro: “...si lees esto cuando seas mayor, no te olvides nunca de no adaptarte…”

Me ha tocado llenar formularios de mis hijas en las que me piden firmar términos como: “adulto responsable” y me siento un farsante. Responsable no soy realmente, es decir, me sigo olvidando de todo, desde pagar la luz hasta de dónde dejo las llaves. Tal vez sí soy responsable con el trabajo, pero eso igual lo era a los 23 cuando era borracho, o a los ocho haciendo deberes en la escuela. Eso se llama ser nerd, no adulto.

Creo que una definición de ser adulto es que diez años más o menos ya no suenan a mucho. No me daría cuenta si no fuera por mis hijas. Mis hijas me marcan el tiempo. Me lo recuerdan constantemente, en ellas el paso del tiempo tiene más sentido. En ellas leer el Principito y ese mundo de adultos sin sentido... tiene todo el sentido. Hablando de pasos del tiempo: mi hija Violeta está a punto de dejar la guardería. y pasar a la escuela. Tres años, que sumados a los tres años que tuvo Olivia en la misma guardería son seis: Seis años de guarderías que terminan. El fin de una era.

Una de las cosas que más me gusta (tal vez debería empezar a decir: gustaba) de la guardería es el camino. Odio manejar, siempre he sido peatón, y la paternidad vino con esas necesidades adquiridas de que no es lo mismo estar bajo la lluvia uno solo, que cargando un bebé. Entonces necesitas un carro porque no es lo mismo cargar una funda de supermercado -con bielas y pan máximo-, que las compras de comida “nutritiva” para 4 personas, etc. Pero ahora que mis hijas están más grandes voy dejando el carro y regresando a ser peatón la mayor parte del tiempo. Y el camino a la guardería con Violeta es uno de los mejores momentos del día. 

Arupo en el camino a la guardería - foto de Isabel Carrasco
Nuestra dinámica consiste en que ella trata de detenerse la mayor cantidad de veces, y yo  trato de que ella no se detenga tanto para no llegar tan tarde a trabajar. Y la personalidad de Violeta es tan fuerte que si un día encuentra algo nuevo que le gusta, eso se vuelve un ritual del camino. En ese sentido ella es como yo: la genética es muy fuerte con nosotros los temáticos. Entonces, para refrasear mejor: nuestra dinámica consiste en que ella trata de detenerse a hacer sus rituales del camino la mayor cantidad de veces y yo intento de que los haga rápido o que se salte alguno… pero tratando de que no llore.

Los rituales del camino básicamente son:

- La cuidadora: una señora de mediana edad, con alguna discapacidad mental, que cuida los autos en la subida de la casa y a la cual Violeta siempre saluda con emoción, aunque también con un poco de miedo porque la señora siempre hace la broma de que le va a robar los zapatos para dárselos a su nieta. Entonces la otra parte del ritual es que la señora se acerca como si le fuera a quitar los zapatos y Violeta corre. Es más divertido de lo que suena.

- La escalera arriba de la iglesia: Violeta tiene que caminar por el bordillo de una escalera circular que queda cerca de la casa (es bajo, de unos 50cm) pero en unas semanas de lluvia vimos a unos caracoles que se habían pegado a los escalones. Desde ahí, siempre y sin falta, chequeamos si volvieron los caracoles. A los caracoles todavía no se les ha ocurrido la gentileza de volver.

- Las ratas podridas: Cuando logramos salir más temprano, nos encontramos a mitad del camino con un par de pequeños perros (horribles por cierto): un pequinés y un chihuahua, que son paseados por una empleada doméstica (con uniforme y todo) que debe odiarlos porque los maltrata un poco, y por eso los convierte en unos perros resentidos que le ladran a todo el que se cruza con ellos. Violeta inmediatamente los bautizó como las “ratas podridas”.

- El gimnasio: Al pasar junto al gimnasio, Violeta me dice que yo también debería ir al gimnasio. Yo, bien mandado, pregunto: -Para qué. Y la respuesta siempre es alguna variante de: -Para que bajes esa panzota.

- Cambio de camino: Pasada la mitad del camino, Violeta grita: “camino nuevo”, y la idea es buscar un camino por el que no hemos ido antes. No hay tantas variantes para ir de la casa a la guardería, básicamente dos caminos posibles sin dar muchas vueltas, pero ante la amenaza de que empiecen los gritos, y si tengo cinco minutos libres, nos vamos por algún camino que no es el directo en búsqueda del camino nuevo. Siempre que pasa esto pienso que la llamada vida moderna es la que nos quita el derecho a disgregar, el derecho a deambular, el derecho a pasear sin razón, nos quita el derecho a que buscar un camino nuevo pueda ser una razón válida para caminar.

- La búsqueda del insecto. Una vez, a pocas cuadras de la guardería, encontramos unos insectos muertos. Desde ese día Violeta siempre se detiene en esa punto a que busquemos otros insectos muertos. Algunas veces encontramos algún insecto nuevo, casi siempre vivo: una hormiga, un saltamontes, una vez un insecto que parecía hojita. Es una de las partes que no nos podemos saltar, ni cuando vamos de apuro.

- Durante una época, quién sabe por qué, la empleada doméstica odió menos su trabajo, (o su vida, o a los perros, no sé, no quiero elucubrar tanto sobre una vida que no conozco) pero la cosa es paseaba feliz con los perros sin apretarles la correa y zarandearlos, entonces estos, como parecería obvio, dejaron de ladrarnos. Este cambio de comportamiento llegó a tal punto que Violeta se empezó a sentir mal de decirles “ratas podridas” a estos perros repentinamente amables, y les buscó un mejor apodo. Así los rebautizó como los “perros de chocolate”. La alegría de la empleada y el nuevo apodo duró relativamente poco. Hace unas semanas los perros nos volvieron a ladrar con resentimiento y fueron inmediatamente degradados otra vez a “ratas podridas”.
 
- Me faltan algunos rituales: correr en el piso de ladrillo (a lo que Violeta le dice: el videojuego), el salto de unas escaleras cada vez desde un escalón más alto, hay unas flores que cambian de colores con el tiempo y siempre nos detenemos a ver para ver qué color tienen, el salto de los pupos de cemento, la cargada en los hombros al cruzar el semáforo, etc.. Tal vez serían muy largos de contar, pero son decenas de pequeños detalles.

- Al llegar, el último ritual es que Violeta trata de que le compre algo diferente en la tienda que queda junto a la guardería. Yo, adulto responsable, casi siempre tengo una manzana, o algo más sano en el bolsillo para decirle que ese es el lunch. Pero de vez en cuando pierdo, y cedo, y compro el dulce, el chupete, el turrón, el maní, el huesitos, la papa de funda. Tal vez porque sé que se nos están acabando estas caminatas. Tal vez porque esa felicidad momentánea de ella me hace feliz también.

Escribo esto después de la última caminata. Violeta ya entró a la escuela y dejó la guardería. Para ella este gran cambio llegó con tantas emociones que pareciera que ya se olvidó de este camino a la guardería. ¿Tal vez no es tan importante para ella como para mí? ¿Qué tiene ese trayecto que me aferro? Tal vez me aferro a la curiosidad que contiene. Tal vez ser adulto es aceptar que lo que se pierde es la curiosidad. A medida que pasa el tiempo me veo yo en mi vida buscando menos caminos, escuchando más la misma música, yendo menos al cine, conociendo menos gente, leyendo menos, y en estas caminatas, tal vez recupero el asombro. O por lo menos lo veo suceder. Lo asombroso existe, somos nosotros los que no lo buscamos. En sólo 15 minutos, y a pesar de que los rituales parecen repetitivos y temáticos, veo en ese trayecto contenido todo un mundo con posibilidades asombrosas: la posibilidad del retorno de los caracoles de la lluvia, los nuevos caminos desconocidos, las nuevas digresiones, nuevos dulces, nuevos insectos muertos y vivos, nuevos retos, nuevos saltos, nuevos colores en las flores, y la posibilidad de que las ratas podridas, otra vez se vuelvan buenas y nos dejen de ladrar. 

IMM

viernes, 26 de febrero de 2016

Desde la condición humana al cine sin historia.


“La cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado”. Este fragmento pertenece al mítico André Malraux: escritor, pensador, autor de: “La condición humana” novela de 1933.

En 1959, como primer ministro de cultura de Francia, Malraux acuñaba el término “excepción cultural”, no en la acepción actual –subutilizado por las discusiones sobre los tratados de libre comercio- sino como: la necesidad de la protección estatal hacia la cultura de calidad.

Sí, Marlaux hablaba de calidad, y no se acomplejaba al hacerlo. Hablaba de fomentar el arte para que las obras creadas por unas “élites lleguen a las masas”. Muy francés, tal vez, pero usaba el término “élites” sin por ello denigrar ni segregar a nadie, como se hace sin problemas desde por ejemplo el deporte para sus deportistas más destacados (“de élite” pues). No necesitaba primero justificarse desde la diversidad. Hablaba sin problema sobre democratizar la calidad.  

Revisando rápidamente la historia, también en 1959, Malraux fue fundador del CNC francés (Centro Nacional de la Cinematografía y la imagen animada). Entidad responsable de proteger y fomentar el cine independiente y sus salas. Este fue uno de los hechos que consolidó a Francia como una potencia de cine mundial, con un modelo de “resistencia”, de “excepción”. Ese modelo ha sido replicado alrededor del mundo: en toda Europa, en Corea, en muchos países latinoamericanos. Podemos generalizar sin miedo que todos los países que han logrado algún grado importante de soberanía audiovisual, o de identidad cinematográfica, lo consiguieron desde sus legislaciones y políticas usando en algún momento la “excepción” como argumento.

En nuestra propia historia, si también la revisamos rápidamente, encontramos que nuestros gobiernos nunca entendieron a la cultura como una excepción, y el fomento a las artes independientes, en especial al cine, ha sido ignorado sistemáticamente en el pasado. Las antiguas Subsecretarías de cultura o la misma CCE –con la excepción de su  modesta y destacable cinemateca- nunca se interesaron por el cine, menos por su fomento.  

Si hablamos desde la empresa privada en Ecuador: nuestra historia con respecto al audiovisual es todavía menos alentadora: exclusión de voces independientes, banalización, precariedad laboral, vacío en todo sentido ético y estético. De calidad, nada: basura para las masas. La ley de comunicación ha fracasado rotundamente en lograr democratizar esos espacios. Esa ley sólo le ha servido a la publicidad para crecer.

Entonces ¿Ni el estado, ni la CCE, ni lo privado se interesaron nunca por el cine en Ecuador? Suena fuerte. Es fuerte. El cine, era, y es, una de las grandes deudas históricas de nuestro estado.  La última rueda del coche de la cultura, que a su vez sigue siendo la última rueda del coche del estado.

Por supuesto que tenemos que estar conscientes que estamos en crisis. Pero tal vez porque vengo de Guayaquil, en donde las expresiones culturales nunca han dejado de estar en crisis (por culpa de decenas de años de populismo y socialcristianismo mezquino e ignorante) es que creo que no debemos aceptar la crisis como una excusa histórica para olvidar al arte.

Esa historia vergonzosa, esa no-historia, ha cambiado ligeramente los últimos 10 años. Llevamos 10 años con una pequeña ley de cine que a su vez creó nuestro CNCine (Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador). Hay que reconocer que este es el primer gobierno al que el fomento del cine le importó mínimamente como para que exista un fondo. Esto es importante, es innegable, habla de una interés público real y a pesar de eso: el calificativo “mínimamente” también es correcto.  

Cada año el presupuesto del CNCine depende de una voluntad política que en crisis se evidencia muy frágil. Hoy, el recorte del 60% de su presupuesto significa la suspensión de su fondo concursable. Es la primera vez en 10 años que el fondo debe ser suspendido, temporalmente esperamos, pero suspendido al fin.

Brasil, en la crisis más grande que ha tenido su economía contemporánea, aumentó su fondo de cine. Argentina, Chile, Colombia, tienen hoy fondos envidiables para lo independiente. Evidentemente el problema es de criterio y de prioridades, no de dinero.

El CNCine ha logrado convertirse en ejemplo de gestión, (hay que decir esas cosas sin miedo a la mezquindad). Envidiado por el resto de instituciones culturales actuales, incluidas la CCE y el Ministerio de Cultura.

Se parecen mucho el ministerio de cultura y la CCE. Ahora en su batalla política por el poder cultural, ambas instituciones se acusan públicamente de ineficiencia, centralismo y excesiva burocracia. Ambas tienen razón.
Para ambas la producción de cine resulta minoritaria en sus intereses, demostrando la antigüedad de sus visiones sobre cultura. Ninguna de las dos instituciones, después de cientos de millones de dólares invertidos por el estado en cada una, y sumando mil burócratas en conjunto, presenta hoy en día resultados contemporáneos emblemáticos.

El CNCine en cambio, con una modesta o precaria inversión (22 millones de dólares en 10 años) dinamizó el cine local. Ese fondo semilla, -que financia un porcentaje bajo de los proyectos (20% aproximadamente)- logró centenares de premios internacionales y obras de un evidente impacto cultural que no existirían si dependieran exclusivamente del mercado, mucho menos si dependieran sólo de la empresa privada, y tampoco si dependieran de los intereses desde un gobierno particular, y no desde la creación independiente.

Por nombrar algunas obras (que son o serán) emblema: Con mi Corazón en Yambo, Alba, Silencio en la tierra de los Sueños, La muerte de Jaime Roldós, Vicenta, Chuquiragua, Prometeo Deportado, Yo Isabel, Sin muertos no hay Carnaval, En el nombre de la Hija, Abuelos, Mejor no Hablar de Ciertas cosas, El grill de César, Feriado, etc… pero Como diría Pablo Stoll en su artículo escrito durante la crisis del cine uruguayo (La diferencia entre una película y un salamín): “La mejor película es la que todavía no se filmó. El objetivo es que pueda filmarse.”

Repetidamente el presidente Rafael Correa ha dicho que la gran deuda de la revolución ciudadana es con la cultura. Pero es una deuda que aún no se paga. ¿Se alcanzará a cumplir? ¿A cuántos años de una revolución debería aparecer la cultura? En el enlace ciudadano 361, celebrando los logros del cine, le pidió a sus autoridades de finanzas que el presupuesto del CNCine “…se multiplique por diez…que no haya techo...” Ni Patricio Rivera ni Fausto Herrera hicieron caso a ese mandato. 

Y es que si revisamos la historia, por ley no existe obligación de otorgar ningún financiamiento al cine.  En Ecuador, lastimosamente, el debate sobre cultura está en un nivel muy precario, muy antiguo. Todavía se duda de la necesidad de que un estado “gaste” plata en cultura o que ponga las reglas claras para que no sea el mercado quien regule el desarrollo cultural. La idea de “excepción cultural” no ha sido legislada, pero más importante aún: no existe aún la conciencia de que esa excepción sea importante.
Existen esperanzas, existen ofertas, pero no existen certezas de que  en el borrador de ley de culturas, próxima a discutirse, exista un mecanismo que asegure ingresos para el cine en el futuro.. ¿Cómo protegemos a nuestro cine independiente en los años venideros?

La memoria, la identidad, lo intangible, la independencia, son conceptos que todavía generan resistencia en nuestra sociedad, tanto a nivel público como privado. Es momento de cuestionarnos seriamente si la infraestructura que se ha construido con ambiciones sociales, nos llevará también hacia la cultura. Si no lo hace, tanta inversión no tiene ningún sentido.

Hoy, es necesario más que nunca tomarnos la molestia de revisar la historia, tal vez no tan rápidamente y así aprender algo de ella. Lograr un paso adelante real para la legislación de cultura.  Lograr que las deudas pendientes se cumplan. En la ley además de mecanismos efectivos de financiamiento necesitamos candados para el futuro. Un candado de “excepción cultural” que la proteja del desinterés del neoliberalismo en caso de que llegue un un gobierno de derecha. Y también un candado anti-clientelar, anti-dedo para poder proteger a la cultura de los malos hábitos en los que pueda caer un gobierno de izquierda.

¿Podremos mejorar el debate y llegar a hablar sobre democratizar la calidad? ¿Podremos pensar en la cultura “de élite” para apoyarla como apoyamos desde el deporte a sus representantes olímpicos o al equipo de fútbol que llega al mundial? ¿Podremos permitirnos hacer también esa suma de “que nos haga menos esclavos” como decía Malraux?, quien también dijo: “El destino individual no se concibe sin el destino colectivo. La dignidad humana es parte o resultado de ambos.” Y también: “La cultura, es la respuesta que encuentra el ser humano cuando se pregunta: qué hago en la tierra”.

Iván Mora Manzano