sábado, 17 de septiembre de 2011

Inception, el acento francés y la adicción al cine.


Hoy, 17 de septiembre, se cumple un año desde que acabamos de filmar nuestra película. Hace unas semanas terminamos la edición de imagen (el famoso picture lock). Estamos empezando el sonido, eso significa que ahora tengo días libres, y ocurre lo irracional pero previsible: a pesar del cansancio, ya me muero de ganas de hacer otra.


Es que hacer cine es una forma de adicción. Por lo tanto una mezcla de felicidad y estupidez. Cuando alguien se inyecta cine a la vena, sólo una vez, se pasa el resto de su vida tratando de “volver”.

Tengo 34 años, y por más curiosidad que tenga sobre los pinchazos reales, la verdad es que a estas alturas del partido no empezaría a inyectarme nada, pero hablando de adicción, hace unos años leí una novela documental en forma de diccionario –con uno de los mejores títulos- de una escritora de rock que era una junkie pesada de heroína: “Cómo detener el tiempo, la heroína de la A a la Z” de Ann Marlowe. Ella, afilada como un cuchillo, cuenta su propia adicción con muertos y heridos –literalmente- pero sin moralismos ni exaltaciones, sino en plan compartir experiencias, muy en primera persona. Brillante.


La idea de detener el tiempo toma muchas formas en su libro. Por un lado es una descripción del efecto de la droga: el tiempo se desdibuja, algo similar -mil veces maximizado- a cuando una persona normal se va de viaje (por eso lo de “trip”, obvio, aunque prefiero el uso guayaco de la palabra tripear en que funciona como sinónimo de bacán).


Por otro lado, un lado más filósofico, Marlowe habla de detener el tiempo como una forma de nostalgia decadente. Para ella, el adicto sitúa al primer e inigualable jeringazo en el pasado, confiriéndole a ese “pasado” un gran peso. Se vuelve así el miedo al tiempo indeterminado –por lo tanto al tiempo libre- lo que mantiene al adicto regresando siempre al primer jeringazo, deteniendo su vida. Para ella, ser heroinómana fue una batalla contra el paso del tiempo. Por mi obsesión con el tiempo de la que les hablé antes es que me quedé clavado con esa idea.


Al respecto de batallas del tiempo Gilles Deleuze (¿?) habla del arte como una manera de luchar contra la muerte. El arte como una de las pocas cosas que fisuran tanto al poder como al orden*. Lo que por obra del random nos lleva a hablar de la película "Inception" de Christopher Nolan.


Hace un año y par meses, antes de empezar a rodar Sin Otoño, Sin Primavera, se había estrenado Inception, y como buenos enfermos de cualquier cine medianamente bueno que se asome, todos la vimos. Una de las ideas de Inception –me da pereza contar las otras- es que crea niveles de sueños dentro de otros sueños. Así cada sueño dentro de sueño es un nivel, y en cada nivel, el tiempo es diez veces más lento.

Esta idea borgiano-hollywoodense, (triste oxímoron), y una factura de primera, ya vuelven sobresaliente a la peli, aunque tal vez lo inverosímil es que alguien reciba plata para hablar de sueños dentro de sueños.


Si bien Inception hace más de un par de concesiones: el show injustificado de explosiones en la nieve y la explicación anti-tontos de la trama (que a mi realmente no me molesta porque a veces soy ese tonto), sigue siendo una cinta de cine-arte infiltrado en el sistema industrial. Una fisura muy Deleuziana –aunque él probablemente la rechazaría-.


¿Cómo va a aterrizar todo esto en nuestra película?


Pues bien… al empezar a rodar nuestra peli, Olivier Auverlau (a.k.a el belga) nuestro director de fotografía, empezó a bromear con Inception porque el tiempo en un rodaje se vuelve muy loco, y la noción de las horas de hecho se perdía cada día: La primera semana parecía un mes, la segunda semana hablábamos de entrar al nivel 2 (un sueño dentro de otro). Pero en medio rodaje la situación era extrema: ya estábamos todos dentro del nivel 4 (mil veces más lento). Y habíamos compartido años.


Al entrar en este estado de cámara lenta, me acordé del libro de Ann Marlowe, ¿entonces rodar es una conducta junkie de tratar de vivir más lento? Y es que el rodaje, además de adictivo es onírico: El cansancio y las horas de trabajo hacen que se difumine la frontera entre dormir y estar despierto. Otro elemento que contribuye a esta confusión es que, todas las noches, todos soñamos con el rodaje.


Y como en el libro de Marlowe, empezamos a evadir la realidad y a olvidarnos del futuro, y como en Inception, empezamos a vivir dentro del sueño (por más que suene a poesía barata). De hecho tal vez la gente que hace cine, lo hace porque le tiene miedo al tiempo libre (o porque le gusta la poesía barata).

Por supuesto que estoy idealizando al oficio y no todo es verdad: El cine ecuatoriano, como el mundo de la heroína, puede ser muy patético y perruño también. Inception realmente no me interesa tanto, pero si nos comparamos con ellos nos falta el dinero, glamour y, claro está, muchas ideas. Si nos comparamos con Deleuze nos falta el acento francés… y otra ideas.


Terminar el rodaje hace un año fue un momento duro, duro como el cold turkey de Ann Marlowe al dejarlo todo, duro como la caída desde el puente en Inception para despertar, o duro como cuando traté -sin éxito- de entender a Deleuze. Quizás por eso esa forma de nostalgia decadente se hace presente. Quiero revivir el pinchazo de la primera película. Tengo miedo de tener días libres.


No sé bien a dónde quiero llegar, pero la intención de poner juntas todas estas ideas era compartir una emoción, tal vez rebuscada si se la ve desde afuera, pero muy fuerte durante el tren del rodaje: La emoción de detener el tiempo.


Logramos vivir esa ilusión al menos durante esos 36 días de rodaje (¿o fueron 36 años?) Logramos ganarle la batalla al tiempo, y tal vez … quien sabe… tal vez a la muerte.


IMM



* la cita no es textual, de pronto Deleuze ni dijo eso, para citas textuales dirigirse a la biblioteca de la Andina o de la Flacso.