“La
cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que,
en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado”. Este fragmento pertenece al mítico
André Malraux: escritor,
pensador, autor de: “La condición humana” novela de 1933.
En 1959, como primer ministro de
cultura de Francia, Malraux acuñaba el término “excepción cultural”, no en la acepción
actual –subutilizado por las discusiones sobre los tratados de libre comercio- sino como: la
necesidad de la protección estatal hacia la cultura de calidad.
Sí, Marlaux hablaba de calidad, y no
se acomplejaba al hacerlo. Hablaba de fomentar el arte para que las obras creadas
por unas “élites lleguen a las masas”. Muy francés, tal vez, pero usaba el
término “élites” sin por ello denigrar ni segregar a nadie, como se hace sin
problemas desde por ejemplo el deporte para sus deportistas más destacados (“de élite” pues). No
necesitaba primero justificarse desde la diversidad. Hablaba sin problema sobre
democratizar la calidad.
Revisando rápidamente la historia, también
en 1959, Malraux fue fundador del CNC
francés (Centro Nacional de la Cinematografía y la imagen animada). Entidad
responsable de proteger y fomentar el cine independiente y sus salas. Este fue
uno de los hechos que consolidó a Francia como una potencia de cine mundial,
con un modelo de “resistencia”, de “excepción”. Ese modelo ha sido replicado alrededor
del mundo: en toda Europa, en Corea, en muchos países latinoamericanos. Podemos generalizar
sin miedo que todos los países que han logrado algún grado importante de
soberanía audiovisual, o de identidad cinematográfica, lo consiguieron desde sus
legislaciones y políticas usando en algún momento la “excepción” como
argumento.
En nuestra propia historia, si también
la revisamos rápidamente, encontramos que nuestros gobiernos nunca entendieron
a la cultura como una excepción, y el fomento a las artes independientes, en
especial al cine, ha sido ignorado sistemáticamente en el pasado. Las antiguas Subsecretarías de cultura o la misma
CCE –con la excepción de su modesta y destacable cinemateca- nunca se
interesaron por el cine, menos por su fomento.
Si hablamos desde la empresa privada en
Ecuador: nuestra historia con respecto al audiovisual es todavía menos
alentadora: exclusión de voces independientes, banalización,
precariedad laboral, vacío en todo sentido ético y estético. De calidad, nada:
basura para las masas. La ley de comunicación ha fracasado rotundamente en
lograr democratizar esos espacios. Esa ley sólo le ha servido a la publicidad para crecer.
Entonces ¿Ni el estado, ni la CCE, ni lo privado se
interesaron nunca por el cine en Ecuador? Suena fuerte. Es fuerte. El cine, era,
y es, una de las grandes deudas históricas de nuestro estado. La última rueda del coche de la cultura, que a
su vez sigue siendo la última rueda del coche del estado.
Por supuesto que tenemos que estar
conscientes que estamos en crisis. Pero tal vez porque vengo de Guayaquil, en
donde las expresiones culturales nunca han dejado de estar en crisis (por culpa
de decenas de años de populismo y socialcristianismo mezquino e ignorante) es
que creo que no debemos aceptar la crisis como una excusa histórica para
olvidar al arte.
Esa historia vergonzosa, esa
no-historia, ha cambiado ligeramente los últimos 10 años. Llevamos 10 años con una
pequeña ley de cine que a su vez creó nuestro CNCine (Consejo Nacional de Cinematografía del
Ecuador). Hay que reconocer que este es el primer gobierno al que el fomento del
cine le importó mínimamente como para que exista un fondo. Esto es importante,
es innegable, habla de una interés público real y a pesar de eso: el
calificativo “mínimamente” también es correcto.
Cada año el presupuesto del CNCine
depende de una voluntad política que en crisis se evidencia muy frágil. Hoy, el
recorte del 60% de su presupuesto significa la suspensión de su fondo
concursable. Es la primera vez en 10 años que el fondo debe ser suspendido,
temporalmente esperamos, pero suspendido al fin.
Brasil, en la crisis más grande que ha
tenido su economía contemporánea, aumentó su fondo de cine. Argentina, Chile,
Colombia, tienen hoy fondos envidiables para lo independiente. Evidentemente el
problema es de criterio y de prioridades, no de dinero.
El CNCine ha logrado convertirse en
ejemplo de gestión, (hay que decir esas cosas sin miedo a la mezquindad). Envidiado
por el resto de instituciones culturales actuales, incluidas la CCE y el Ministerio de Cultura.
Se parecen mucho el ministerio de cultura y la CCE. Ahora en su
batalla política por el poder cultural, ambas instituciones se acusan
públicamente de ineficiencia, centralismo y excesiva burocracia. Ambas tienen razón.
Para ambas la producción de cine resulta
minoritaria en sus intereses, demostrando la antigüedad de sus visiones sobre
cultura. Ninguna de las dos instituciones, después de cientos de millones de
dólares invertidos por el estado en cada una, y sumando mil burócratas en
conjunto, presenta hoy en día resultados contemporáneos emblemáticos.
El CNCine en cambio, con una modesta o
precaria inversión (22 millones de dólares en 10 años) dinamizó el cine
local. Ese fondo semilla, -que financia un porcentaje bajo de los proyectos
(20% aproximadamente)- logró centenares de premios internacionales y obras de
un evidente impacto cultural que no existirían si dependieran exclusivamente
del mercado, mucho menos si dependieran sólo de la empresa privada, y tampoco si
dependieran de los intereses desde un gobierno particular, y no desde la creación
independiente.
Por nombrar algunas obras (que son o serán) emblema: Con
mi Corazón en Yambo, Alba, Silencio en la tierra de los Sueños, La muerte de
Jaime Roldós, Vicenta, Chuquiragua, Prometeo Deportado, Yo Isabel, Sin muertos
no hay Carnaval, En el nombre de la Hija, Abuelos, Mejor no Hablar de Ciertas cosas, El grill de César, Feriado,
etc… pero Como diría Pablo
Stoll en su artículo escrito durante la crisis del cine uruguayo (La diferencia
entre una película y un salamín): “La mejor película es la que todavía no se
filmó. El objetivo es que pueda filmarse.”
Repetidamente el presidente Rafael
Correa ha dicho que la gran deuda de la revolución ciudadana es con la cultura.
Pero es una deuda que aún no se paga. ¿Se alcanzará a cumplir? ¿A cuántos años
de una revolución debería aparecer la cultura? En el enlace ciudadano 361, celebrando los logros del cine, le
pidió a sus autoridades de
finanzas que el presupuesto del CNCine “…se multiplique por diez…que no
haya techo...” Ni Patricio Rivera ni Fausto Herrera
hicieron caso a ese mandato.
Y es que si revisamos la historia, por ley no existe obligación de otorgar
ningún financiamiento al cine. En Ecuador, lastimosamente, el debate
sobre cultura está en un nivel muy precario, muy antiguo. Todavía se duda de la
necesidad de que un estado “gaste” plata en cultura o que ponga las reglas
claras para que no sea el mercado quien regule el desarrollo cultural. La idea
de “excepción cultural” no ha sido legislada, pero más
importante aún: no existe aún la conciencia de que esa excepción sea
importante.
Existen esperanzas, existen ofertas,
pero no existen certezas de que en el
borrador de ley de culturas, próxima a discutirse, exista un mecanismo que
asegure ingresos para el cine en
el futuro.. ¿Cómo protegemos a nuestro cine independiente en los años venideros?
La memoria, la identidad, lo
intangible, la independencia, son conceptos que todavía generan resistencia en
nuestra sociedad, tanto a nivel público como privado. Es momento de cuestionarnos seriamente
si la infraestructura que se ha construido con ambiciones sociales, nos llevará
también hacia la cultura. Si no lo hace, tanta inversión no tiene ningún
sentido.
Hoy, es necesario más que nunca tomarnos
la molestia de revisar la historia, tal vez no tan rápidamente y así aprender algo
de ella. Lograr un paso adelante real para la legislación de cultura. Lograr que las deudas pendientes se cumplan.
En la ley además de mecanismos efectivos de financiamiento necesitamos candados
para el futuro. Un candado de “excepción cultural” que la proteja del
desinterés del neoliberalismo en caso de que llegue un un gobierno de derecha.
Y también un candado anti-clientelar, anti-dedo para poder proteger a la
cultura de los malos hábitos en los que pueda caer un gobierno de izquierda.
¿Podremos mejorar el debate y llegar a
hablar sobre democratizar la
calidad? ¿Podremos pensar en la cultura “de élite” para apoyarla como apoyamos desde el
deporte a sus representantes olímpicos o al equipo de fútbol que llega al mundial?
¿Podremos permitirnos hacer también esa suma de “que
nos haga menos esclavos” como decía Malraux?, quien también dijo: “El destino
individual no se concibe sin el destino colectivo. La dignidad humana es parte
o resultado de ambos.” Y también: “La cultura, es la respuesta que encuentra el
ser humano cuando se pregunta: qué hago en la tierra”.
Iván Mora Manzano