jueves, 22 de julio de 2021

 

GAFAS AMARILLAS (YELLOW SUNGLASSES) Teaser Oficial

Les presentamos el teaser de nuestra nueva película Gafas Amarillas, estreno en Ecuador próximamente 2021. En Plataformas y Salas de cine.


GAFAS AMARILLAS cuenta la historia de Julia (30), quien luego de una separación, se muda a un frío departamento rodeado de cajas sin desempacar. Allí enfrenta los pequeños conflictos cotidianos de la soledad: Pasar el día en pijamas, aceptar trabajos mediocres y comer en exceso, mientras intenta sin mucho ánimo aplicar a una beca y cumplir su sueño de convertirse en escritora. 

Julia encuentra un nuevo comienzo cuando tiene una aventura de una noche con Darío (28) un atractivo mesero con ínfulas de poeta, quien la lleva a conocer a Ignacio (38) un empleado de una fotocopiadora que trata de protagonizar una obra de teatro. Juntos vivirán una intensa conexión a través de la cual Julia lidiará con sus frustraciones de no saber si logrará ser quien soñaba cuando era joven.

Gafas Amarillas es una mirada tragicómica sobre el universo de Julia y la búsqueda de su propia e íntima reinvención.


Protagonistas: Paloma Pierini (Julia) Alejandro Fajardo (Ignacio) Enzo Macchiavello (Darío)

Guion: Iván Mora, Isabel Carrasco

Producción: Isabel Carrasco, La República Invisible (Ecuador)

Coproducción: Tathiani Sacilotto y António Ferreira Persona Non Grata Pictures (Brasil)

Tema musical: La Torre. Patricia González.

Dirección: Iván Mora Manzano



sábado, 4 de abril de 2020

Jorge Manzano Vela ¡Nunca muere!


Por Iván Mora Manzano



Empiezo a escribir esto 10 minutos después de recibir la noticia de la muerte de mi querido tío Jorge Manzano Vela, lunes 30 de marzo, no soy capaz de procesar noticias tan tristes, los que vivimos en la narrativa no sabemos realmente vivir, por eso nos sentamos a escribir y contamos algo.

La nostalgia -especialmente en estos casos- no es como se romantiza, no llega “de a poco”, es el viento que abre la ventana de golpe. El primer recuerdo que aparece -justo ahora- fue cuando mi tío nos llevaba en "masa" (a sus hijos -todavía 3, luego llegaría Andrés-, a mis hermanos y a mí) al cine. Eso: cargando 6 niños, paseo por el Policentro (o sería era el Gran Pasaje), canguil y cola para todos, subidón de azúcar, energía y doble función (“Duro de matar” "3 hombres y un bebé" era la cartelera de la época). De nuestra parte diversión total que significa caos! Caos en el viaje, caos en el cine, caos en el regreso. De su parte: paciencia por supuesto.

Una época vivíamos en la casa grande de Hurtado y Tungurahua las dos familias en el centro de Guayaquil, en dos departamentos separados a los que unía un salón de entrada y una escalera. También vivían en otro departamento mi tía Elina, los tíos Vela, en otro las primas Vela, estaba el cuarto de mi abuela, también funcionaba un conservatorio, una oficina y una escuela. Con mis hermanos éramos unos invasores permanentes de su casa y de su oficina. En la oficina nos pedían que no juguemos mucho al juego de las olimpiadas, que era uno de los vicios cuando ya cerraban, porque se dañaban los teclados de las computadoras. Los fines de semana a veces dejaban abiertas las puertas de la escuela y me acuerdo haber hecho con mi hermano Alfredo y con mi prima Saskia, una nave espacial hecha de 15 sillas y 4 mesas. A mi hermana Norka, y mis primos Katia y Jorgito -es decir los más chiquitos- los hacíamos esperar y sólo mirar (el bullying era permitido en esa época). Nos tomó toda la tarde, y justo cuando íbamos a “jugar” sólo alcanzamos unos 15 minutos de vuelos espaciales y ya nos llamaron a comer. Ese "esquema" de preparación vs. diversión tal vez se parece a hacer cine, pero eso sería otro post.

Mi tío era un científico, eso a veces se dice con ligereza, pero en este caso era verdad. Alguna vez le pedimos asesorías para construcciones de amigos y sólo con ver la estructura daba el veredicto: Esto aguanta, esto no, esto se va a caer. Luego calculaba para estar seguro (que es lo que hace la gente responsable) pero sólo con mirarlo automáticamente ya lo sabía. No sólo era uno de los calculistas más respetados de Guayaquil, sino que tiene algunas inventos y patentes en su haber: aleaciones, modelos prefabricados, cosas que yo no entiendo. Lo que si entendí gracias a él fue la teoría de la relatividad (la de Einstein). Mi mamá me decía: pídele a tu tío que te la explique (la teoría), le encanta explicarla. Y era verdad. Le encantaba y la explicaba como un profesor -que era- pero con una emoción de niño y en palabras sencillas.

Esta violencia nostálgica es randómica: Luego me aparece una de las últimas veces que lo vi, esta es hace poco: Él estaba de paso por Quito y en una sobremesa de noche en la casa de mis papás se puso a recitar una mezcla de dichos, poemas divertidos, sonetos lúdicos. Unos pocos yo ya los había escuchado y muchos se los sabían mis primos supongo a fuerza de repetición. Ese es el tipo de persona que era mi tío: un señor sabio y tranquilo que en las sobremesas se pone a recitar poemas divertidos.

Sus historias de juventud son de las mejores que tengo en la mitología familiar: Una es como llegaba las noches perseguido por la policía y se saltaba el muro con las sirenas sonando afuera porque sin orden la policía en esa época no podía entrar a tu casa. Esta historia yo la escuché en la casa de Hurtado y me imaginaba cuando iba a saltar yo mismo el muro perseguido por la policía… nunca me pasó. Otra de sus historias era que viajando en su carro, ya más grande, con toda su familia se quedó dañado justo cruzando transversalmente en medio de una carretera de alta velocidad y se bajó y por la adrenalina lo empujó solo. Tampoco me ha pasado algo parecido. Tal vez él era lo que se dice “un hombre de verdad”, algo que tal vez yo nunca he sido (risas).

Lo que sí trato de contarle a cada niño que conozco es este juego de palabras que nos hacía de niños. Él empieza preguntando y todos los niños responden. Va más o menos así:
-       ¿Quién sabe cómo es la caca de la vaca?
Alguno de nosotros respondemos, con la forma: - una plasta, como un pastel.
-       ¿Y la caca del Caballo?
Lo mismo, niños responden ad libs de: bolita. Todos tratamos de “ganar”
Así, va preguntando sobre la caca de todos los animales conocidos y alguno desconocido: La paloma, la llama, el perro el gato. Y más o menos vamos acertando a todas. Pero de pronto la última pregunta tomaba un giro radical, que podría ser cualquiera de estas opciones -por ejemplo-:
-       ¿Cómo es la anécdota de Heráclito del río?
-       ¿Y la teoría del eterno retorno de Nietzsche?
-       ¿La caverna de Platón a qué se refiere?
Por supuesto, todos niños, nos quedamos mirando entre nosotros sin tener idea de cómo explicar ninguna de esas ideas (que cambiaban para que no nos aprendamos de memoria la respuesta). 
Y a eso, mi tío replicaba, con la enseñanza real que contenía la anécdota: 
     -  “Si viste… sabes un montón sobre cualquier mierda, pero no sabes nada de filosofía.” (Risas.)


Mi tío era ese tipo de personas a quien le daban la palabra para despedir a un familiar querido. Cuando murió mi abuela, él dijo las palabras que Carmen siempre decía sobre ella misma: “Carmen Vela de Manzano, nunca muere”. Y luego se acercó a aplaudir su féretro y toda la sala de velación lo siguió y se acercó a aplaudir el féretro. Eso está registrado caseramente en mi película: La Bisabuela tiene Alzheimer. Cuando murió mi tía Elina me arrepentí no haber llevado una cámara. Tomó la palabra justo antes de que la depositen en la tumba y dijo con una magnificencia teatral -y espero no equivocarme en la precisión de la cita-:  “Los hermanos Manzano somos cinco como un puño, y hoy nos han cercenado un dedo. Un dedo por el que hoy sangramos, un puño que hoy no se puede cerrar, (…) pero somos fuertes, somos unidos …y nos levantaremos”. Todos lo aplaudimos.

Esta era del virus nos enseña no sólo a vivir de otra manera sino a morir de otra manera. Necesitamos rituales nuevos para compartir el dolor en nuestras cuarentenas. Estoy terminando de escribir esto el sábado 4 de abril por la tarde, después de 5 días finalmente van a poder enterrar a mi tío en Guayaquil. Hacemos una videollamada familiar que nos permite vernos por un momento mientras nos transmiten una señal intermitente desde el cementerio.  No quiero convertir este pequeño homenaje en algo muy circunstancial o político, especialmente para no mezclar el nombre de mi tío con el de tanta miseria en el poder que no ha hecho nada por dar un mínimo de decencia a este momento histórico. Pero después de tantos trámites inhumanos por los que han pasado mis primos para llevar este proceso es imposible separar las partes del todo: lo personal es también político. Mi tío era muy político de hecho, de un socialismo sincero. Ahora que Guayaquil está en una crisis tan grande y que la respuesta más banal es el regionalismo (que por cierto es un invento de la clase alta para dividir al país) pienso en ¿Qué es ser guayaquileño? Y yo que vengo de allí sé que no es nada de lo que el cliché canta. Los guayaquileños no tienen por qué ser ni ruidosos, ni sapos, ni vagos, ni maderas de guerrero, ni ladrón mariguanero, ni prepotentes, ni ignorantes, ni estar condenados de ninguna manera al síndrome de Estocolmo que ha estancado a esa ciudad más de 28 años (¿o desde 1984?, ¿o desde 1962, o desde 1951?, bueno, eso es material de otro post).

Los guayaquileños pueden ser también (y sólo una persona lo demuestra hoy): unos sabios inventores, maestros universitarios, ingenieros que pueden hacer cálculos difíciles con sus ojos, personas que también encuentran una fuerza insospechada para salvar a su familia en la carretera, que llevan a seis niños al cine, que saltan un muro, que te explican la teoría de la relatividad, que toman la palabra para conmovernos ante la muerte, que recitan poemas divertidos con sus voces graves, y que te enseñan desde niño a buscar la filosofía para no hablar tanta mierda.

Hoy tal vez estamos cercenados… ¡Pero nos levantaremos tío!
Jorge Manzano Vela ¡Nunca muere!



pd. Aquí el link de mi pelílcula La Bisabuela Tiene Alzheimer, del minuto 40 a 44 está la escena de mi tío en en funeral de mi abuela:

https://vimeo.com/402334798


sábado, 12 de octubre de 2019

"No hay peor reaccionario que el progresista arrepentido."





Breves reflexiones sobre el estado de dictadura.

“La guerra terminaría si los muertos pudiesen regresar.”
                                                      James Baldwin.

Hace unos días la discusión era de posturas, ya violentas, pero igual posturas: Oponerse al paquetazo criminal vs. vagos déjennos trabajar. Las dos podían ser analizadas y -tal vez- defendidas como tesis. Neoliberales versus Socialistas y sus variables, una discusión tan antigua como inútil cuando se trata de conversar con alguien que piensa diferente en un país con poca capacidad real de debate. Yo creo fervientemente en que la humanidad está (entre otros lugares) en comprender al que piensa diferente, en entenderlo, en ser amigo no sólo de los iguales. En pedir en los chats de familia y del colegio que no se hable de política para seguir siendo amigo de gente que quieres desde niño y que ahora no entiendes que no pueda ver el mundo con tus ojos, pero que estás seguro: no quieres dejar de querer.

Por supuesto, no es lo mismo una diferencia de criterios político-económicos, que una diferencia sobre derechos humanos. Creo que existen aspectos en los que las opiniones dejan de ser respetables: un crimen de odio no puede ser defendido cándidamente con el paraguas de la subjetividad y de Yo tengo mi opinión. El panorama es más complejo que blanco y negro, pero si eres racista, homófobo, regionalista, misógino, clasista, etc. tu opinión ya no tiene ningún valor como opinión.

Un crimen de estado no puede ser justificado porque: quiero trabajar y quiero paz.  

Para poder desarrollar esta idea, es necesario volver a citar a James Baldwin, ese fabuloso escritor/pensador de las minorías que vivía con pasión y peligro su compromiso (que por cierto le costó la vida): "We can disagree and still love each other, unless your disagreement is rooted in my oppresion and denial of my humanity and right to exist", Es decir: "Podemos estar en desacuerdo y amarnos, a menos que tu desacuerdo esté enraizado en mi opresión y en la negación de mi humanidad y derecho a existir".

Mientras en los peores momentos de la lucha social de estos días los medios formales juegan el papel vergonzoso de poner telenovelas o el chapulín colorado, las redes sociales, el periodismo ciudadano, y valientes medios alternativos liderados por jóvenes nos muestran casi en tiempo real como cada día de marcha los derechos humanos son más quebrantados. Nos asombramos con la capacidad de empeorar, de caer un escalafón más abajo: El supuesto uso progresivo de la fuerza, que desde el día uno fue vulnerado se vuelve inversamente proporcional al desuso progresivo del cerebro por parte del gobierno. La paradoja es chistosa, pero no hace reír.

El país se derrumba, pero los seres humanos no estamos sufriendo por los adoquines, el patrimonio y las paredes coloniales, eso, con todo el valor que tiene, vale mucho menos que una vida humana. Hoy, mientras escribo esto, veo el video viral captado por un celular de como un francotirador de la policía le dispara en la cara a un manifestante que, envuelto en una bandera del Ecuador se protegía con un cartón. Esta imagen nos destruye por dentro a todos. Ningún canal de televisión reproduce esta noticia o ninguna similar. Pero sí reproducen en primera plana la agresión número 56 a un periodista, agresión cobarde y miserable, similar a las primeras 55 agresiones a periodistas, todas ellas causadas por la policía, que en cambio fueron ignorados por sus colegas.



Todos los que compartimos una generación de 40 y pico de años en Ecuador nos hacemos hoy la misma pregunta: ¿Cómo se convirtió María Paula Romo en ese monstruo de: represión, mentira institucionalizada y odio civil? ¿En qué momento la enfermedad del poder transformó a la izquierdista-feminista; primero en  socialdemócrata, luego en neoliberal, luego en socialcristiana y ahora en represora de los derechos humanos, y cómplice de crímenes de lesa humanidad? ¿Y sus coidearios: Norman? ¿Hasta qué punto siguen tuiteando argumentos neoliberales y empiezan a hacerle frente a los derechos humanos vulnerados?

Después de los primeros días de manifestación, se evidenciaba en la ciudad con más desigualdad del Ecuador, mi querido pueblo: Guayaquil, que las protestas degeneraban fácilmente hacia el vandalismo basetero propio de la miseria y la desesperación de la pobreza y la marginalidad.  Esto por supuesto desató el discurso clasista. Es increíble el síndrome de Estocolmo de la ciudad que no entiende la relación entre esa pobreza y tantos años de municipio socialcristiano, de roldosismo, de robaburros, de iglesias evangélicas, desigualdad social, de conservadurismo y exclusión. Nebot empeoró todo: Los vándalos no son indígenas ni serranos ni bajaron del páramo sr. bigotón alcalde racista (porque sí, el bigotón sigue siendo el alcalde). Los vándalos son guayacos de cepa, maderas de guerrero, barcelonistas y emelecsistas, con hambre y sin ley.

Al mismo tiempo los indígenas nos dan lecciones que parecían olvidadas: la capacidad de reacción social, de preguntarnos quienes somos, quienes podríamos ser: nos revelan la incapacidad urbana de organización, nos comparten otra forma de justicia (basta recordar la imagen -que será histórica- de los propios policías cargando el féretro de las víctimas), nos recuerdan la tara del individualismo y la incapacidad occidental de trabajar desde lo comunitario. Nos recuerdan que todos llevamos adentro la colonia, y que estamos lejos de superarla.

Vivimos tiempos penosos en Ecuador. Cada crisis política desnuda nuestro subdesarrollo:  Debemos dejar de usar argumentos para justificar los abusos a los derechos humanos. Los derechos humanos no son simplemente puntos de vista. Cuando la derecha justificó las muertes apareció el fascismo, cuando la izquierda justificó las muertes apareció también el fascismo. El fascismo no tiene ideología.

Mi tío Juan Hadatty, decía una frase que siempre me marcó: "No hay peor reaccionario que el progresista arrepentido". Él se refería en su época a militantes que traicionaron sus ideales, desde Guevara Moreno el primer populista. Ese ejemplo se puede contar muchas veces en Ecuador: los trotskistas que luego se fueron a hacer opinión desde Miami, los que militaban en el MIR y luego trabajaban para USAID, el mismo Lenin Moreno que en el fondo lo que quería es ser parte de una élite contra la cual marchaba en su juventud. Y por supuesto, tal vez la mayor decepción de nuestra generación: María Paula Romo (¿Plomo?) quien le reclamaba a Correa su capacidad de represión y el no seguir los debidos procesos. Ella no sólo se convirtió en lo que más repudiaba, ignorando todos los procesos humanitarios, sino que lo superó y nos retrocedió 33 años en ocho días, haciéndonos recordar que esa máxima: el poder corrompe, sigue siempre vigente.


por Iván Mora Manzano
fotos de: Luis Herrera

lunes, 5 de septiembre de 2016

Las ratas podridas vs. Los perros de chocolate.


¿Qué es ser adulto? Soy demasiado joven para sentirme viejo, pero también demasiado viejo para llamarme joven. ¿Es eso? ¿Es algo que nos pasa? ¿Es algo que se pierde? o... ¿Es algo que se acepta? Y entonces ¿Qué sería aceptarse adulto?. Antes me caían bien los “eternos adolescentes”, me sentía uno de ellos. Ahora no sólo que no me siento parte sino que me parecen ridículos. Pero por otra parte, a pesar de que mi cáscara envejezca, sé que por dentro tengo a un man de 19 años atrapado, ese que escribía cartas hacia mi yo futuro: “...si lees esto cuando seas mayor, no te olvides nunca de no adaptarte…”

Me ha tocado llenar formularios de mis hijas en las que me piden firmar términos como: “adulto responsable” y me siento un farsante. Responsable no soy realmente, es decir, me sigo olvidando de todo, desde pagar la luz hasta de dónde dejo las llaves. Tal vez sí soy responsable con el trabajo, pero eso igual lo era a los 23 cuando era borracho, o a los ocho haciendo deberes en la escuela. Eso se llama ser nerd, no adulto.

Creo que una definición de ser adulto es que diez años más o menos ya no suenan a mucho. No me daría cuenta si no fuera por mis hijas. Mis hijas me marcan el tiempo. Me lo recuerdan constantemente, en ellas el paso del tiempo tiene más sentido. En ellas leer el Principito y ese mundo de adultos sin sentido... tiene todo el sentido. Hablando de pasos del tiempo: mi hija Violeta está a punto de dejar la guardería. y pasar a la escuela. Tres años, que sumados a los tres años que tuvo Olivia en la misma guardería son seis: Seis años de guarderías que terminan. El fin de una era.

Una de las cosas que más me gusta (tal vez debería empezar a decir: gustaba) de la guardería es el camino. Odio manejar, siempre he sido peatón, y la paternidad vino con esas necesidades adquiridas de que no es lo mismo estar bajo la lluvia uno solo, que cargando un bebé. Entonces necesitas un carro porque no es lo mismo cargar una funda de supermercado -con bielas y pan máximo-, que las compras de comida “nutritiva” para 4 personas, etc. Pero ahora que mis hijas están más grandes voy dejando el carro y regresando a ser peatón la mayor parte del tiempo. Y el camino a la guardería con Violeta es uno de los mejores momentos del día. 

Arupo en el camino a la guardería - foto de Isabel Carrasco
Nuestra dinámica consiste en que ella trata de detenerse la mayor cantidad de veces, y yo  trato de que ella no se detenga tanto para no llegar tan tarde a trabajar. Y la personalidad de Violeta es tan fuerte que si un día encuentra algo nuevo que le gusta, eso se vuelve un ritual del camino. En ese sentido ella es como yo: la genética es muy fuerte con nosotros los temáticos. Entonces, para refrasear mejor: nuestra dinámica consiste en que ella trata de detenerse a hacer sus rituales del camino la mayor cantidad de veces y yo intento de que los haga rápido o que se salte alguno… pero tratando de que no llore.

Los rituales del camino básicamente son:

- La cuidadora: una señora de mediana edad, con alguna discapacidad mental, que cuida los autos en la subida de la casa y a la cual Violeta siempre saluda con emoción, aunque también con un poco de miedo porque la señora siempre hace la broma de que le va a robar los zapatos para dárselos a su nieta. Entonces la otra parte del ritual es que la señora se acerca como si le fuera a quitar los zapatos y Violeta corre. Es más divertido de lo que suena.

- La escalera arriba de la iglesia: Violeta tiene que caminar por el bordillo de una escalera circular que queda cerca de la casa (es bajo, de unos 50cm) pero en unas semanas de lluvia vimos a unos caracoles que se habían pegado a los escalones. Desde ahí, siempre y sin falta, chequeamos si volvieron los caracoles. A los caracoles todavía no se les ha ocurrido la gentileza de volver.

- Las ratas podridas: Cuando logramos salir más temprano, nos encontramos a mitad del camino con un par de pequeños perros (horribles por cierto): un pequinés y un chihuahua, que son paseados por una empleada doméstica (con uniforme y todo) que debe odiarlos porque los maltrata un poco, y por eso los convierte en unos perros resentidos que le ladran a todo el que se cruza con ellos. Violeta inmediatamente los bautizó como las “ratas podridas”.

- El gimnasio: Al pasar junto al gimnasio, Violeta me dice que yo también debería ir al gimnasio. Yo, bien mandado, pregunto: -Para qué. Y la respuesta siempre es alguna variante de: -Para que bajes esa panzota.

- Cambio de camino: Pasada la mitad del camino, Violeta grita: “camino nuevo”, y la idea es buscar un camino por el que no hemos ido antes. No hay tantas variantes para ir de la casa a la guardería, básicamente dos caminos posibles sin dar muchas vueltas, pero ante la amenaza de que empiecen los gritos, y si tengo cinco minutos libres, nos vamos por algún camino que no es el directo en búsqueda del camino nuevo. Siempre que pasa esto pienso que la llamada vida moderna es la que nos quita el derecho a disgregar, el derecho a deambular, el derecho a pasear sin razón, nos quita el derecho a que buscar un camino nuevo pueda ser una razón válida para caminar.

- La búsqueda del insecto. Una vez, a pocas cuadras de la guardería, encontramos unos insectos muertos. Desde ese día Violeta siempre se detiene en esa punto a que busquemos otros insectos muertos. Algunas veces encontramos algún insecto nuevo, casi siempre vivo: una hormiga, un saltamontes, una vez un insecto que parecía hojita. Es una de las partes que no nos podemos saltar, ni cuando vamos de apuro.

- Durante una época, quién sabe por qué, la empleada doméstica odió menos su trabajo, (o su vida, o a los perros, no sé, no quiero elucubrar tanto sobre una vida que no conozco) pero la cosa es paseaba feliz con los perros sin apretarles la correa y zarandearlos, entonces estos, como parecería obvio, dejaron de ladrarnos. Este cambio de comportamiento llegó a tal punto que Violeta se empezó a sentir mal de decirles “ratas podridas” a estos perros repentinamente amables, y les buscó un mejor apodo. Así los rebautizó como los “perros de chocolate”. La alegría de la empleada y el nuevo apodo duró relativamente poco. Hace unas semanas los perros nos volvieron a ladrar con resentimiento y fueron inmediatamente degradados otra vez a “ratas podridas”.
 
- Me faltan algunos rituales: correr en el piso de ladrillo (a lo que Violeta le dice: el videojuego), el salto de unas escaleras cada vez desde un escalón más alto, hay unas flores que cambian de colores con el tiempo y siempre nos detenemos a ver para ver qué color tienen, el salto de los pupos de cemento, la cargada en los hombros al cruzar el semáforo, etc.. Tal vez serían muy largos de contar, pero son decenas de pequeños detalles.

- Al llegar, el último ritual es que Violeta trata de que le compre algo diferente en la tienda que queda junto a la guardería. Yo, adulto responsable, casi siempre tengo una manzana, o algo más sano en el bolsillo para decirle que ese es el lunch. Pero de vez en cuando pierdo, y cedo, y compro el dulce, el chupete, el turrón, el maní, el huesitos, la papa de funda. Tal vez porque sé que se nos están acabando estas caminatas. Tal vez porque esa felicidad momentánea de ella me hace feliz también.

Escribo esto después de la última caminata. Violeta ya entró a la escuela y dejó la guardería. Para ella este gran cambio llegó con tantas emociones que pareciera que ya se olvidó de este camino a la guardería. ¿Tal vez no es tan importante para ella como para mí? ¿Qué tiene ese trayecto que me aferro? Tal vez me aferro a la curiosidad que contiene. Tal vez ser adulto es aceptar que lo que se pierde es la curiosidad. A medida que pasa el tiempo me veo yo en mi vida buscando menos caminos, escuchando más la misma música, yendo menos al cine, conociendo menos gente, leyendo menos, y en estas caminatas, tal vez recupero el asombro. O por lo menos lo veo suceder. Lo asombroso existe, somos nosotros los que no lo buscamos. En sólo 15 minutos, y a pesar de que los rituales parecen repetitivos y temáticos, veo en ese trayecto contenido todo un mundo con posibilidades asombrosas: la posibilidad del retorno de los caracoles de la lluvia, los nuevos caminos desconocidos, las nuevas digresiones, nuevos dulces, nuevos insectos muertos y vivos, nuevos retos, nuevos saltos, nuevos colores en las flores, y la posibilidad de que las ratas podridas, otra vez se vuelvan buenas y nos dejen de ladrar. 

IMM

viernes, 26 de febrero de 2016

Desde la condición humana al cine sin historia.


“La cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado”. Este fragmento pertenece al mítico André Malraux: escritor, pensador, autor de: “La condición humana” novela de 1933.

En 1959, como primer ministro de cultura de Francia, Malraux acuñaba el término “excepción cultural”, no en la acepción actual –subutilizado por las discusiones sobre los tratados de libre comercio- sino como: la necesidad de la protección estatal hacia la cultura de calidad.

Sí, Marlaux hablaba de calidad, y no se acomplejaba al hacerlo. Hablaba de fomentar el arte para que las obras creadas por unas “élites lleguen a las masas”. Muy francés, tal vez, pero usaba el término “élites” sin por ello denigrar ni segregar a nadie, como se hace sin problemas desde por ejemplo el deporte para sus deportistas más destacados (“de élite” pues). No necesitaba primero justificarse desde la diversidad. Hablaba sin problema sobre democratizar la calidad.  

Revisando rápidamente la historia, también en 1959, Malraux fue fundador del CNC francés (Centro Nacional de la Cinematografía y la imagen animada). Entidad responsable de proteger y fomentar el cine independiente y sus salas. Este fue uno de los hechos que consolidó a Francia como una potencia de cine mundial, con un modelo de “resistencia”, de “excepción”. Ese modelo ha sido replicado alrededor del mundo: en toda Europa, en Corea, en muchos países latinoamericanos. Podemos generalizar sin miedo que todos los países que han logrado algún grado importante de soberanía audiovisual, o de identidad cinematográfica, lo consiguieron desde sus legislaciones y políticas usando en algún momento la “excepción” como argumento.

En nuestra propia historia, si también la revisamos rápidamente, encontramos que nuestros gobiernos nunca entendieron a la cultura como una excepción, y el fomento a las artes independientes, en especial al cine, ha sido ignorado sistemáticamente en el pasado. Las antiguas Subsecretarías de cultura o la misma CCE –con la excepción de su  modesta y destacable cinemateca- nunca se interesaron por el cine, menos por su fomento.  

Si hablamos desde la empresa privada en Ecuador: nuestra historia con respecto al audiovisual es todavía menos alentadora: exclusión de voces independientes, banalización, precariedad laboral, vacío en todo sentido ético y estético. De calidad, nada: basura para las masas. La ley de comunicación ha fracasado rotundamente en lograr democratizar esos espacios. Esa ley sólo le ha servido a la publicidad para crecer.

Entonces ¿Ni el estado, ni la CCE, ni lo privado se interesaron nunca por el cine en Ecuador? Suena fuerte. Es fuerte. El cine, era, y es, una de las grandes deudas históricas de nuestro estado.  La última rueda del coche de la cultura, que a su vez sigue siendo la última rueda del coche del estado.

Por supuesto que tenemos que estar conscientes que estamos en crisis. Pero tal vez porque vengo de Guayaquil, en donde las expresiones culturales nunca han dejado de estar en crisis (por culpa de decenas de años de populismo y socialcristianismo mezquino e ignorante) es que creo que no debemos aceptar la crisis como una excusa histórica para olvidar al arte.

Esa historia vergonzosa, esa no-historia, ha cambiado ligeramente los últimos 10 años. Llevamos 10 años con una pequeña ley de cine que a su vez creó nuestro CNCine (Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador). Hay que reconocer que este es el primer gobierno al que el fomento del cine le importó mínimamente como para que exista un fondo. Esto es importante, es innegable, habla de una interés público real y a pesar de eso: el calificativo “mínimamente” también es correcto.  

Cada año el presupuesto del CNCine depende de una voluntad política que en crisis se evidencia muy frágil. Hoy, el recorte del 60% de su presupuesto significa la suspensión de su fondo concursable. Es la primera vez en 10 años que el fondo debe ser suspendido, temporalmente esperamos, pero suspendido al fin.

Brasil, en la crisis más grande que ha tenido su economía contemporánea, aumentó su fondo de cine. Argentina, Chile, Colombia, tienen hoy fondos envidiables para lo independiente. Evidentemente el problema es de criterio y de prioridades, no de dinero.

El CNCine ha logrado convertirse en ejemplo de gestión, (hay que decir esas cosas sin miedo a la mezquindad). Envidiado por el resto de instituciones culturales actuales, incluidas la CCE y el Ministerio de Cultura.

Se parecen mucho el ministerio de cultura y la CCE. Ahora en su batalla política por el poder cultural, ambas instituciones se acusan públicamente de ineficiencia, centralismo y excesiva burocracia. Ambas tienen razón.
Para ambas la producción de cine resulta minoritaria en sus intereses, demostrando la antigüedad de sus visiones sobre cultura. Ninguna de las dos instituciones, después de cientos de millones de dólares invertidos por el estado en cada una, y sumando mil burócratas en conjunto, presenta hoy en día resultados contemporáneos emblemáticos.

El CNCine en cambio, con una modesta o precaria inversión (22 millones de dólares en 10 años) dinamizó el cine local. Ese fondo semilla, -que financia un porcentaje bajo de los proyectos (20% aproximadamente)- logró centenares de premios internacionales y obras de un evidente impacto cultural que no existirían si dependieran exclusivamente del mercado, mucho menos si dependieran sólo de la empresa privada, y tampoco si dependieran de los intereses desde un gobierno particular, y no desde la creación independiente.

Por nombrar algunas obras (que son o serán) emblema: Con mi Corazón en Yambo, Alba, Silencio en la tierra de los Sueños, La muerte de Jaime Roldós, Vicenta, Chuquiragua, Prometeo Deportado, Yo Isabel, Sin muertos no hay Carnaval, En el nombre de la Hija, Abuelos, Mejor no Hablar de Ciertas cosas, El grill de César, Feriado, etc… pero Como diría Pablo Stoll en su artículo escrito durante la crisis del cine uruguayo (La diferencia entre una película y un salamín): “La mejor película es la que todavía no se filmó. El objetivo es que pueda filmarse.”

Repetidamente el presidente Rafael Correa ha dicho que la gran deuda de la revolución ciudadana es con la cultura. Pero es una deuda que aún no se paga. ¿Se alcanzará a cumplir? ¿A cuántos años de una revolución debería aparecer la cultura? En el enlace ciudadano 361, celebrando los logros del cine, le pidió a sus autoridades de finanzas que el presupuesto del CNCine “…se multiplique por diez…que no haya techo...” Ni Patricio Rivera ni Fausto Herrera hicieron caso a ese mandato. 

Y es que si revisamos la historia, por ley no existe obligación de otorgar ningún financiamiento al cine.  En Ecuador, lastimosamente, el debate sobre cultura está en un nivel muy precario, muy antiguo. Todavía se duda de la necesidad de que un estado “gaste” plata en cultura o que ponga las reglas claras para que no sea el mercado quien regule el desarrollo cultural. La idea de “excepción cultural” no ha sido legislada, pero más importante aún: no existe aún la conciencia de que esa excepción sea importante.
Existen esperanzas, existen ofertas, pero no existen certezas de que  en el borrador de ley de culturas, próxima a discutirse, exista un mecanismo que asegure ingresos para el cine en el futuro.. ¿Cómo protegemos a nuestro cine independiente en los años venideros?

La memoria, la identidad, lo intangible, la independencia, son conceptos que todavía generan resistencia en nuestra sociedad, tanto a nivel público como privado. Es momento de cuestionarnos seriamente si la infraestructura que se ha construido con ambiciones sociales, nos llevará también hacia la cultura. Si no lo hace, tanta inversión no tiene ningún sentido.

Hoy, es necesario más que nunca tomarnos la molestia de revisar la historia, tal vez no tan rápidamente y así aprender algo de ella. Lograr un paso adelante real para la legislación de cultura.  Lograr que las deudas pendientes se cumplan. En la ley además de mecanismos efectivos de financiamiento necesitamos candados para el futuro. Un candado de “excepción cultural” que la proteja del desinterés del neoliberalismo en caso de que llegue un un gobierno de derecha. Y también un candado anti-clientelar, anti-dedo para poder proteger a la cultura de los malos hábitos en los que pueda caer un gobierno de izquierda.

¿Podremos mejorar el debate y llegar a hablar sobre democratizar la calidad? ¿Podremos pensar en la cultura “de élite” para apoyarla como apoyamos desde el deporte a sus representantes olímpicos o al equipo de fútbol que llega al mundial? ¿Podremos permitirnos hacer también esa suma de “que nos haga menos esclavos” como decía Malraux?, quien también dijo: “El destino individual no se concibe sin el destino colectivo. La dignidad humana es parte o resultado de ambos.” Y también: “La cultura, es la respuesta que encuentra el ser humano cuando se pregunta: qué hago en la tierra”.

Iván Mora Manzano 


jueves, 26 de marzo de 2015

Filmar la intimidad.


Este artículo salió originalmente en la edición de marzo 2014, de Revista SOHO Ecuador. 

Lo que haría igual y lo que no volvería a hacer a la hora de filmar una escena de sexo en Ecuador.

Por Iván Mora

Dicen que el cine para un país es como una ventana, un espejo, un álbum de fotos, un portarretratos, etc. Si bien estas comparaciones pueden caer en generalizaciones, a mí personalmente me gusta la metáfora del espejo: en el espejo tú decides mirarte, acercarte, alejarte, meter la barriga o soltarla. Es muy raro no tener espejo.
Basados en esa metáfora: ¿qué significa que no exista cine en Guayaquil? ¿Es que no nos queremos ver? No saber cómo son tus muecas, no verte los granos, no reírte de ti mismo, no tener ese encuentro de sinceridad personal.
Antes de hacer Sin otoño, sin primavera (SOSP), yo no había pensado mucho en el efecto reflejo. Solo al ver lo que la película provocó, comprendí que lo que le pasó a la ciudad es lo que le pasa a alguien que nunca tuvo espejo cuando tiene que verse desnudo por primera vez.

Lo que haría igual

1. Retratar al sexo como parte de la vida
Cuando empecé el guion de SOSP en 2007, mis productores Isabel Carrasco (que es también mi esposa) y Arturo Yépez me decían que la historias de amor estaban demasiado “zanahorias”. Que el amor urbano, de tono naturalista, necesitaba más sexo. Inmediatamente aumenté siete escenas salvajes de sexo.
Luego de ese primer exceso, me di cuenta de que eso no tenía ningún sentido. El sexo real es caótico, no siempre satisfactorio, no es soñado ni ideal. Al reescribir, vienen las reflexiones. La primera fue que cada escena de sexo tenía que sentirse parte de la vida de los personajes. A la final sobrevivieron las siete escenas, pero con distintos matices: dos escenas interrumpidas, una escena de sexo precoz, una masturbación frustrada (que refleja la soledad y alienación que vive el personaje de Gloria), una escena de coqueteo con la prostitución, una escena de desnudo colectivo sin sexo, y una, la escena de sexo de la que vamos a hablar: la escena entre Antonia y Martín.

2. Filmar intimidad, no calentura
Siempre he pensado que lo importante del sexo es la intimidad, entonces la segunda reflexión fue no querer una escena “calentona”. Hay una diferencia muy grande: retratar la intimidad es retratar el placer, pero la intimidad se da incluso sin sexo. Por ejemplo, el momento más cercano entre Martín y Antonia es cuando están desnudos en el piso en el postsexo.
Mientras pensaba en cómo rodar la escena, leí una frase de Fernando Trueba —que no encontré textualmente pero suscribo— que iba algo así: A las películas normales les hace falta lo explícito de la pornografía, y a la pornografía le hace falta historia, emoción y drama. El futuro del cine es contemplar lo erótico como un encuentro sin distinciones entre lo narrativo y lo explícito.

3. Buscar la belleza
La belleza en el sexo del cine es un tema complicado. No es suficiente filmar con “buen gusto” para hacer sexo “artístico”. Me parece un cliché aberrante ese de que el desnudo vale porque es artístico. Comúnmente lo que se escuda en el arte-fácil es una mezcla de cliché fotográfico (remanentes del soft porn) mezclado con buena factura: iluminación profesional, presupuesto para locaciones, maquillaje, dirección de arte y vestuario. Eso no es suficiente.
Sigue siendo “mal gusto” moral tener buena producción pero replicar posturas machistas o superficiales. Quería que la estética fuera cruda, que no parecieran actores simulando, sino gente teniendo relaciones. Además, que sea una escena de conflictos internos y acumulación de sentimientos: por un lado, es una escena de traición, también de nostalgia del amor de juventud, también de desesperación por el tiempo contado de la enfermedad de Antonia. Buscar la belleza necesita complejidad.

4. Censurar la violencia antes que el sexo
La gente todavía se escandaliza cuando ve un pene en la pantalla. El sexo provoca reacciones sobredimensionadas aún en nuestros tiempos progresistas, pero nadie se asombra que un niño promedio vea miles de asesinatos en TV y cine antes de terminar la primaria.
En esta película quisimos mostrar todos los desnudos sin censura y, por oposición, no poner armas ni crímenes. Esta decisión se tomó en el último borrador antes de filmar la película, para oponernos a la domesticación audiovisual de nuestro espectador. No sé si en las siguientes películas pondremos armas o violencia, pero fue una decisión para SOSP.

5. Escoger actores temerarios
Me considero una persona relativamente tímida y pudorosa. Así que necesitaba de actores temerarios: Paulina Obrist y Andrés Troya no habían actuado nunca antes en ninguna película, pero tienen ese interruptor del pudor superado en un nivel mucho más amplio que el resto.
Con Paulina tenemos la historia increíble de que una foto de ella inspiró secretamente su personaje (no voy a contarla ahora, vean los extras del DVD). Ella nos dijo desde el primer casting que se sentía muy cómoda mostrando su cuerpo. Y cumplió su palabra en cada minuto del rodaje, hasta el final.
Andrés es mi amigo desde la adolescencia y lo conocía como alguien que no tiene miedo a hacer el ridículo y nunca se sonroja. Puede con igual facilidad cantar en público un tema inventado, disfrazarse de cura, de estríper, de Rocío Durcal o del Chapulín.

Lo que no volvería a hacer

1. Pensar que el sexo va a ser lo más difícil de la película
Rodaje: Día 3 de 36. Seguimos el consejo de empezar por lo más difícil. Para la tarde del día 3 está planeada la escena de sexo. Equipo mínimo. Complicaciones con el microporo que usa Paulina para las escenas de contacto. Complicaciones con el suspensorio que usa Andrés para las escenas de contacto. Nos tomó tres horas llegar a estar cómodos. Pero la espera coincidió con la luz suave de atardecer guayaco, así que valió la pena.
Empieza el rodaje. Es épicamente emocionante en un principio, luego es mecánico y técnico. Captar un momento intenso no es lo mismo que vivirlo: es un proceso de construcción estético riguroso, que en el set se vive con relativa frialdad. Mis instrucciones: mueve la cabeza hacia abajo, un poco más lento, levanta la pierna. Eso se siente natural, repitamos ese movimiento… acelera los gemidos… dame una versión más susurrada del texto, etc… incluso entro en escena varias veces para acomodar los cuerpos con respecto a cámara.
6 de la tarde. Todos sentimos que la escena ha quedado increíble. Olivier dice que es una de las mejores fotografías de su vida. Nos abrazamos al final del día de rodaje.
Unas semanas después, estamos tratando de rodar otras escenas pero el ruido ambiental de gritos citadinos y de aires acondicionados no lo permiten. La escena va a ser doblada enteramente. En otro día hay un temblor y extrañamente se borra una tarjeta de video. Otro día se cae una locación clave por su vista hacia la ciudad, encontramos la nueva locación minutos antes de rodar.
El sexo no es lo más difícil de filmar en una película.

2. Anticipar la reacción del público
Un poco de contexto histórico de lo que pasó en Guayaquil City cuando se proyectaba la escena de sexo de SOSP: risas incómodas se escuchan en la sala, algunos empiezan a levantarse, generalmente adultos mayores. Luego otros incómodos se levantan. La mayoría, más valiente, se quedan hasta el final. Nuestro equipo de promoción que estaba afuera del cine fue insultado un par de veces. Llegan tuits moralinos, entre ellos: “vas a ver SOSP, vas a ver porn”, “sexo explícito en la sala”, etc…
Esta escena tuvo calificaciones tan disímiles: “la peor escena que el cine nacional ha puesto en sus pantallas”, Observatorio Católico, nov 2012. Y por otro lado: “el mejor polvo de la historia del cine nacional”, Cristian León, revista El Apuntador / académico de cine, dic 2012.
Del blog católico rescato esta joya: “… es que acaso ignoran lo que sucede en mi cerebro al segundo de ver una imagen sexual, han escuchado hablar acerca de la epinefrina, de la oxitocina, o de los millones de receptores que se disparan… haciendo sumergir al espectador en un remolino hormonal…”.

3. Juzgar al espectador
Obvio que un porcentaje de fanáticos religiosos no me hace generalizar al público guayaquileño, que ha sido también muy apasionado con SOSP. Pero debo admitir que las reacciones extremas me tomaron por sorpresa unos días de 2012.
Ahora con el tiempo me han puesto muy contento como artista: habíamos provocado justo a la sociedad que la película criticaba. Habíamos puesto el dedo en una llaga intocada. No hacemos entretenimiento bien contado (que es lo que tanto se le reclama con inocencia mercantilista al cine ecuatoriano), estamos removiendo un poco el confort de una sociedad sin espejos.

Finalmente
Ha pasado más de un año, la película ha ido a 23 festivales hasta ahora, se ha vendido en Estados Unidos, se va a estrenar en salas en Francia, Colombia y Bolivia. Alguna gente nos escribe para contarnos que le cambió la vida o simplemente que le gustó.
A la final, después de este proceso de actores que se desnudan, personajes que desnudan sus sentimientos y de desnudar ciudades, la mayor recompensa es haber sido honestos, aunque cueste.
Al respecto de eso comparto esta frase de Jonathan Franzen: “… al final no puedes pasar por alto lo que hay de fraudulento o manido en tus propias páginas. Estas páginas son también un espejo, y si de verdad amas la narrativa, descubrirás que las únicas páginas dignas de conservarse son aquellas que te muestran como eres. Aquí el riesgo es, por supuesto, el rechazo…”.
Viene en camino una segunda película igual de íntima que Sin otoño, sin primavera. Y quién sabe, tal vez más provocadora.